El alma es un océano bajo la piel.
Henri Michaux
13.02.17
Seal Rocks, NSW, Australia.
Más lunes como éste: de escuchar, al alba, el silencio: sus ecos, sus dobleces, sus vueltas infinitas al aire. Sin luz, sin teléfono, sin tareas por cumplir más que la de comprender, en una exhalación, el verdadero sentido del dolce far niente, del salir de la cama para seguir siendo. Más lunes de emprender el camino hacia el faro –andando, después corriendo– para contemplar la costa y sus rocas necias, salpicadas, hacinadas y a la vez independientes: imanes de barcos frágiles en tiempos de tormenta, causales, objetos de desgracia a veces, tan quietecitas y porosas, imperfectas siempre. Más lunes de no pensar, de oprimir el interruptor de la no-mente y refrescar los doce kilómetros de carrera que llevo a cuestas en aguas saladas, traslúcidas, teñidas apenas –en apariencia– por la arena blanca en el fondo. Más lunes de habitarme boca arriba mientras el mar me sostiene en su superficie, me arrulla y susurra al mismo tiempo. “Estás despierta”, dice. Y yo siento, otra vez, que ya no tengo cuerpo, que vibro con gracia, que soy eléctrica y las olas corren por mis canales: entran y salen a placer, traen, llevan, fluyen en mí y conmigo.
Más lunes donde los lugares comunes se miren con buenos ojos, donde a mi izquierda me alumbre el sol y a la derecha me sonría la luna, donde el único rastro del otro sean las huellas de los hombres y los perros desvanecidas en la arena, o el canto de las urracas –tan complejo– a veces casi humano. La playa soy yo. Con mi pelo palmera y mi respiración de fuego. Con mis rodillas sobre la arena. Y mis manos. Apoyada en cuatro puntos para saludar desde la orilla, ahora de otra forma, al océano que ya no me sostiene sino que me contiene mientras me derramo. Cierro y abro mis costillas, encorvo y arqueo la espalda, subo y bajo la cabeza, digo hola y adiós: un gato aficionado a que las olas le rompan en las patas. La playa soy yo. El gato marino soy yo.
Más lunes de sentarme en la orilla para sentir que de mi coxis salen dos raíces que descienden y conectan con la tierra.
Me recuerdo humilde en el génesis, verde, vibrante de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, y despido, por la coronilla, un calor ambar que le ofrezco al sol. Más lunes para el aquí y el ahora, para no emitir sonido alguno y ser libre, para entender que conmigo es suficiente, que mi mejor compañía es lo que llevo dentro. Lunes de algas que descansan en la costa, de pájaros que trinan como si se descargaran, soltando continuamente, aves educadas en el arte de dejar ir. Y, entonces, los delfines, a escasos metros de mí, curtiendo sus aletas en sincronía, lubricándolas y asoléandolas sin miedo a mi presencia, pues a pesar de nunca haberme visto antes se reconocen en mi despertar, en mi consciencia –la consciencia del momento–, en mi no nadar contra la corriente, en mi no abandonarme en ella sino a ella, en este dulce –casi empalagoso– dejarse llevar.